LAS ARMAS PARA VENCER

07.08.2022

"LAS ARMAS PARA VENCER AL ENEMIGO" (MATEO 17:19‐21)

(POR: PASTOR EMILIO BANDT)

https://www.pibjuarez.com

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO HA PUESTO A NUESTRO ALCANCE TODO SU PODER PARA VENCER AL ENEMIGO.

Todos los cristianos sabemos que sostenemos una gran guerra espiritual. Dice Pablo: "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes" (Efesios 6:12).

Estamos siendo derrotados en algunas de las batallas dentro de esta guerra?

Así pasó con aquellos discípulos de nuestro Señor Jesucristo, quienes enfrentaron a un demonio, pero no pudieron con él. ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Fue la pregunta de ellos hecha con urgencia al Señor Jesucristo.

Veamos aquí su respuesta y a la vez, aprendamos cuales son las armas para vencer al enemigo.

1º LA PRIMERA ARMA ES LA FE. (17:19‐20).

"... Por vuestra poca fe". Fue la respuesta del Maestro.

La Versión Reina Valera Revisada 1909 dice: "... Por vuestra incredulidad". La Biblia en Lenguaje Sencillo dice: "... Porque ustedes no confían en Dios". Así que, si somos vencidos por el diablo, existe una causa: La falta de fe. Nuestra fe, es la única condición, por medio de la cual todo el Poder de Dios puede penetrar en la vida del hombre y obrar grande maravillas. El poder no reside en los siervos, sino en el Señor. Así que si los siervos quieren vencer, necesitan acudir a Cristo, en quien habita todo el poder, para recibir y usar esa fuerza divina ante la cual nada es imposible.

El apóstol Juan afirma: "Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe" (1 Juan 5:4). Sí. Es sólo nuestra fe en Cristo la que nos puede dar la total victoria sobre el enemigo.

2º LA SEGUNDA ARMA ES LA ORACIÓN. (17:21a).

Nuestro Señor añadió: "Pero este género no sale sino con oración...".

Para recibir ese poder debemos llenarnos de una plena comunión con el Omnipotente y esa es la oración. Es sólo cuando el hombre vive una muy íntima comunión con Dios por la oración, que puede recibir del Señor todo el poder para vencer. No hay nada que pueda hacer crecer tanto nuestra fe como una vida de oración. La fe sólo puede vivir nutriéndose de lo divino, es decir, de Dios mismo; y esto sólo es posible por medio de la oración y la Palabra de Dios. Los hombres de poderosa fe son aquellos que son hombres de mucha, muchísima oración. Moisés es considerado juntamente con Samuel como un príncipe de la oración. Y echando una ojeada al libro de Deuteronomio podemos contar todas las veces que este hombre estuvo en oración y ayuno intercediendo por su pueblo. Él mismo testifica así: "Cuando yo subí al monte para recibir las tablas de piedra, las tablas del pacto que Jehová hizo con vosotros, estuve entonces en el monte cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua" (Deuteronomio 9:9). Cuando Dios le dice que se aparte porque va a destruir al pueblo idólatra de Israel, él oró: "Y me postré delante de Jehová como antes, cuarenta días y cuarenta noches; no comí pan ni bebí agua, a causa de todo vuestro pecado que habíais cometido haciendo el mal ante los ojos de Jehová para enojarlo" (Deuteronomio 9:18). Cuando Dios nuevamente quiere destruir al pueblo por rehusarse entrar en la tierra prometida, Moisés testifica: "Me postré, pues, delante de Jehová; cuarenta días y cuarenta noches estuve postrado, porque Jehová dijo que os había de destruir" (Deuteronomio 9:25). Y cuando vuelve a subir al monte para recibir nuevamente las tablas de la ley dice: "Y yo estuve en el monte como los primeros días, cuarenta días y cuarenta noches; y Jehová también me escuchó esta vez, y no quiso Jehová destruirte" (Deuteronomio 10:10). Si los cristianos de hoy oráramos así, con toda seguridad recibiríamos poder en abundancia.

3º LA TERCERA ARMA ES EL AYUNO. (17:21b).

Mientras que la oración es la mano para asirnos de Dios, el ayuno es la otra mano con la cual nos despojamos y arrojamos de nosotros todo lo terrenal. Con nada es más relacionada la carnalidad que con la necesidad de comer y el gusto por comer. Fue con el comer, como Satanás logró la caída del hombre en el huerto de Edén. Y fue con pan, con lo que el mismo tentador intentó hacer caer al Señor Jesús en su Obra de Redención. Pero, y esto nunca hay que olvidarlo fue con el ayuno con lo que ÉL triunfó.

¿Por qué no seguimos nosotros este sin igual ejemplo? El ayuno es de grande beneficio. Si ayunamos, crecerá en nosotros el deseo y el poder para orar mucho. El ayuno nos ayudará a expresarle al Señor que estamos dispuestos a renunciar a todo, a sacrificarlo todo, aún el comer, para alcanzar aquello que afanosamente buscamos del reino de Dios, ante el trono de su Gracia.

En las Sagradas Escrituras tenemos muchos personajes que ayunaron y oraron:

Josué, David y Samuel ayunaron. Josafat, Elías, Esdras, Nehemías, Ester y Daniel, también son bien conocidos por sus ayunos. Pablo también estaba convencido de que el ayuno es una estrategia poderosa establecida por Dios.

No es posible recibir poder para la iglesia de Cristo de otro modo. A Martín Lutero se le criticó por ayunar demasiado. Juan Calvino oró y ayunó hasta que la mayor parte de Ginebra se convirtió a Cristo. John Knox ayunó y clamó a Dios hasta que la reina María le dijo que temía más a sus oraciones que al ejército de Escocia. Jonathán Edwards era poderoso en el ayuno y en la oración hasta que sacudió a Nueva Inglaterra para Dios. ¡Sigamos su ejemplo!

Permitamos que esta triple lección penetre hasta el fondo de nuestro corazón. Necesitamos fe poderosa que venza al enemigo, pero necesitamos orar mucho para que esa fe alcance toda su plenitud. Pero también necesitamos ayunar para renunciar a todo y seguir a Jesús en esta misma senda. El premio bien vale el precio. Ojalá cada uno decida ser un hijo de Dios que crece en su fe por medio de la oración y el ayuno. Que cada uno de nosotros en su lucha personal con el enemigo siempre resulte más que vencedor. !¡Así sea! ¡Amén!

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